Roma no paga traidoras

El que las personas tienen sus aspiraciones y que a nadie le gusta perder es algo que es sabido desde siempre. Eso está muy bien cuando uno -o una- trabaja de albañil en una empresa y otra empresa va y le ofrece mejores condiciones de trabajo y más sueldo, también es comprensible cuando se es jugador de fútbol y le llaman de un Real Madrid o de un FC Barcelona, lo que ya es menos defendible y hasta detestable es cuando uno hace honor a la frase de Groucho Marx “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.”

Y es que hay cosas con las que no se debería jugar. Los principios morales, la ideología no debería entrar en el mercado. Hay cosas que no se subastan; el honor, la integridad, la credibilidad, son tesoros que poseemos los seres humanos, son los enteros que configuran nuestra cotización en la sociedad y lo que es más importante, son los parámetros a los que se agarra nuestra conciencia.
En política cada vez que una persona quiere medrar, ascender… disfraza su traición y la justifica en base a su “utilidad” y “oportunidad de trabajar por el pueblo”. Por esa misma regla de tres deberían desaparecer los partidos políticos y todos desde el Partido Único “ser útiles” y “trabajar por el pueblo” todo da igual, la ideología, el bien, el mal, hoy miramos al sur y mañana al norte, total...

Es curioso cuando estas personas sufren este “formateado de su memoria” y deciden tirar a la basura su trayectoria, su honor, su integridad, su credibilidad, apelan a que se “respete su decisión personal” está frase tan conmovedora está muy bién pero ¿el político que se cambia de chaqueta está respetando tantas y tantas decisiones personales de ciudadanos y ciudadanas que confiaron en él, le apoyaron y votaron bajo unas siglas con un proyecto político concreto?

Como escribió Roberto Hernández Montoya en su artículo “Consejos para traidores” El traidor debe prepararse para la soledad y para algo peor que diré luego. Soledad porque los traicionados lo desprecian tanto como los beneficiarios de su traición, que siempre lo mirarán con recelo. Aquí viene lo peor que anuncié: solo pueden acompañarlo otros traidores, lo que lo condena al perpetuo sobresalto. La vida entre traidores es insegura, y no tiene vuelta atrás, así lo perdonen, porque siempre se le recordará por traidor. En definitiva Roma no paga “traidoras”.

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