
Qué pena y qué congoja me entraron, Rey Juan Carlos, el día que José Antonio Barroso, ese simpatiquísimo pero lenguaraz alcalde de la gaditana villa de Puerto Real, amigo mío por cierto, vertió sobre su egregia persona y sus ancestros, todo tipo de descalificaciones. Era domingo. Yo me encontraba tomando un mojito, tranquilamente, en un bareto de La Habana, después de haber ido a misa para ver a una cubana amiga mía, que canta como los ángeles en el coro de la iglesia, y me contaron que el excelentísimo corregidor se había cebado en usted, como los buitres en la carroña. Se me atragantó el bebedizo. No sabe hasta qué punto quedé anonadado, ante...